La escabrosa celebridad adquirida por el asesino serial Jack el Destripador se construyó a lo largo de un lapso inferior a las diez semanas. De hecho, desde el 31 de agosto de 1888 –óbito de la primera víctima canónica– pasando por la llamada Noche del doble acontecimiento y a lo largo de aquel octubre, donde sus matanzas representaron noticia de portada en los rotativos británicos, se consolidaría su reinado de terror.
A partir de la fatal madrugada del 30 de setiembre de ese truculento año la prensa y el público se enterarían del alias que se había puesto a sí mismo el criminal. Y aún cuando al presente existan pertinaces recelos de que el inquietante seudónimo se lo atribuyeron periodistas sedientos por vender noticias, lo cierto fue que en todo el orbe se llegó a identificar por medio de aquel pegadizo apodo a ese homicida sin parangón.
Esas escasas semanas fueron suficientes para que el mundo contara con un nuevo icono del miedo. Y, tras transcurrir un mes de octubre bajo una tensa calma precursora de tempestad, el pánico escalaría hasta sus cotas más elevadas. El 9 de noviembre de 1888 el desmembrador concretó la más espeluznante de sus malévolas hazañas cuando en el amanecer de ese día destrozó a Marie Jeannette Kelly, en el interior del lóbrego cuartucho que aquella atrayente cortesana rentaba en la pensión de Miller´s Court.
Luego saldría para siempre de escena, esfumándose tan abruptamente cuán repentina había devenido su irrupción. Dejaría detrás de sí la sangrienta estela de un puñado de hechos acreditados y las semillas de una persistente leyenda que, de tanto prolongarse al cabo de los años, parece no alcanzar nunca su fin.
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