Alice Indomable
En una noche de domingo, el sacerdote de la iglesia franciscana de Torre Santa estaba a punto de cerrar las puertas de la Iglesia. Ya había enviado al sacristán y a un monaguillo a sus hogares para que descansaran. Sin embargo, en ese preciso momento, una mujer vestida completamente de negro apareció de manera repentina y solicitó confesarse. A pesar de no poder ver el rostro de la dama de negro que se encontraba cerca del confesionario, el padre accedió ante su dulce y melodiosa voz, que casi suplicaba la necesidad de una confesión.
El sacerdote se vistió con sus prendas litúrgicas y se sentó en su asiento, preparado para escuchar a la misteriosa mujer. Con lágrimas en los ojos y entre sollozos, la dama confesó al cura:
—Padre, confieso que he pecado. Mi mente, mi alma y mi corazón están contaminados por un deseo impuro y aberrante, un sentimiento que nunca antes había experimentado. Una adrenalina atroz y perpetua recorre mi sangre, clamando a gritos por la muerte.
Ante estas palabras, el sacerdote quedó en silencio por un momento, tratando de comprender la confesión de la mujer enlutada.
—¿La muerte? —preguntó intrigado el sacerdote.
—Sí, padre, la muerte, pero no la mía, sino la de una tercera persona. Una persona cruel y malvada que se atrevió a engatusar a mi esposo, confundirlo, ponerlo en mi contra y volverlo impuro con el adulterio.
—¿Quieres acaso matar a esa persona con la que tu esposo te ha sido infiel? ¿Es eso lo que me estás diciendo?
—Sí, padre, usted no se imagina el deseo tan siniestro, casi demoníaco de arrancarle la piel a esa persona capaz de pervertir un matrimonio que es sagrado. ¿Verdad que es sagrado?
—Así es, hija mía, el matrimonio es sagrado ante Dios.
—Entonces permítame, padre, ser parte de la voluntad de Dios y arrebatarle la vida a esa persona.
—Eso no es la voluntad de Dios, hija mía, es la tuya, y no puedo permitir que cometas semejante atrocidad.
—¿Entonces, qué debo hacer, padre?
—Debes orar, calmar tu alma y entregarla a Dios para que él te ayude a tomar la decisión correcta. La venganza y la violencia no son el camino que Dios nos enseña. La oración y la búsqueda de paz interior te guiarán hacia la redención y el perdón.
La mujer continuó llorando y, con creciente desesperación, empezó a golpear con fuerza la madera que la separaba del sacerdote. Entre sollozos, continuó:
—Padre, una pregunta más.
—Dime, hija.
—¿Qué opina usted de la homosexualidad? ¿Es un pecado ante Dios, verdad?
—Sí, la Biblia dice que no está permitido...
El sacerdote ni siquiera tuvo la oportunidad de terminar su respuesta cuando sintió el dolor punzante de un cuchillo que atravesó la frágil rendija que lo separaba de la mujer.
—¿Entonces por qué demonios me está quitando a mi marido, maldito cura?— fueron las últimas palabras que el sacerdote escuchó antes de morir a causa de 23 puñaladas. El número exacto de días que él salía a escondidas con su esposo, que por cierto, minutos antes de la tragedia, había corrido la misma suerte.
Autor: Relatos de Terror Alexander JR
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